miércoles, 13 de enero de 2010

Capítulo 5: La Palabra Del Bosque

La ceremonia comenzó con la luna en lo alto del firmamento, las hogueras iluminaban una noche fría en el amplio claro del bosque. Unos rítmicos y suaves cánticos comenzaron a ascender hacia el cielo, con un tono lúgubre y melancólico, variando de velocidad, convirtiéndose en una sola voz o en varios y complejos coros.

En el centro del claro, sobre un sepulcro de ramas, yacía una mujer sin vida, arropada con una túnica de seda blanca. Parecía descansar plácidamente con los brazos extendidos y la melena rubia adornada con flores de saúco, pero la ceremonia se celebraba en su honor, en su último viaje como espíritu.

Habría en total unas treinta personas, todas ataviadas de blanco menos dos. Uno, el chamán, llevaba unas ropas de color azul y mitones de cuero con las palmas descubiertas; su rostro, cubierto con una máscara de madera con pico de águila y cornamenta de gamo.

Una mujer robusta abandonó el coro y le ofreció un cuenco de piedra lleno de un líquido azur, espeso y oleoso. La otra persona que no vestía como el resto se encontraba arrodillada frente al chamán, un joven de pelo cobrizo y ojos verdes, con un torso desnudo musculoso pero inmaduro y unos pantalones de piel curtida.

Al oír hundir los dedos en aquél líquido, el joven se puso en pie y se preparó para ser ungido. El chamán puso su dedo índice bajo los labios del chico y bajó por el mentón y el cuello hasta llegar al abdomen, murmuró una serie de difíciles palabras y finalmente dibujó otras dos líneas diagonales partiendo de las clavículas y uniéndose a la larga franja vertical.

-Ha llegado la hora, Cáxtor-dijo el chamán apoyando una mano sobre el hombro del joven.

-Estoy preparado.

Entonces todos rompieron el círculo y dejaron que Cáxtor finalizase su ritual. Se acercó con paso solemne a los extremos del claro, donde reposaban las ardientes antorchas que iluminaban la noche. Una a una las fue sosteniendo con la mano derecha hasta que todo el bosque fue devorado por la oscuridad, una oscuridad en la que sólo él brillaba como una diminuta estrella.

Volvió a ocupar su lugar frente al sepulcro de ramas, sin atreverse a levantar la mirada, sin atreverse a ver el rostro de aquella muchacha, su amada. Dio un paso al frente y acercó el fuego a la zona baja, llena de hojarasca.

-Ayudadla en su camino y aceptadla en vuestros brazos-se apartó del creciente fuego y añadió- Y permitidme emprender el viaje.

Desde ese momento todo quedó sujeto a las leyes del bosque, a esa fuerza superior, ese conjunto de dioses sin nombre a los que adoraban, ese panteón que regía sus vidas según las leyes de la naturaleza. Cáxtor no debía moverse o perdería el favor del bosque, quedaría manchado y tildado de paria, sin derecho a seguir viviendo con su gente e incluso sin derecho a seguir viviendo.

Las llamas comenzaron a ascender a pasmosa velocidad y la temperatura se disparó. Su piel enrojeció y comenzó a sudar. Sabía lo que estaba ocurriendo y eso le partía el corazón, pero no se atrevía a mirar como el fuego devoraba lo que más había querido en toda su vida. Le escocían los ojos y sentía un terrible dolor de cabeza.

El hecho de que sintiese dolor o que sufriera quemaduras, pensaba él, era totalmente merecido. Si comenzaba a hacer viento o si las llamas fluctuaban y le acariciaban la piel con ardientes lenguas, serviría para enmendar errores, para sufrir lo que sufrió ella, para calmar ese rabioso y lacerante vacío que ahora ocupaba un rincón de su corazón.

Sentía ya los ojos secos y la piel abrasada cuando el fuego comenzó a devorar el cuerpo de la fallecida, haciendo danzar un aroma dulzón que Cáxtor siempre recordaría y detestaría como si de una aberrante pesadilla se tratase. Una chispa salió disparada y le quemó un mechón de su pelo cobrizo, sintiendo un leve pero irritante picor en el cuero cavelludo; después otra más grande voló y rebotó en el pantalón de dura piel. Entonces la primera base de la pira se desplomó y surgió un océano de puntos brillantes, como si de un ejército de luciérnagas volcánicas zumbasen furiosas. La segunda plataforma crujió también y una llamarada le alcanzó en el pecho, haciendo arder el ungüento al instante y formando un flamígero cerco dentro de las líneas que desgarraba y descomponía piel sin vacilación.

“Así acaba todo” se dijo a sí mismo ahogando un grito desgarrador lleno de dolor, de sufrimiento y de decepción. Decepción porque el bosque no le había otorgado su aprobación, porque había decidido sumirle en cenizas como a ella.

El chamán gritaba su nombre pero tres personas le agarraban de los brazos impidiéndole zafarse y correr en su auxilio. Sabía que así debía ser, pero no podía pensar en otra cosa más que en salvarle, en empujarle contra la hierba, en arrancarse su túnica y taparle con ella.

Pero un giro inesperado dejó a todos con la boca abierta. Se levantó una ligera brisa y la luna se ocultó tras grises nubes venidas de donde sólo el bosque sabía. Cayeron pequeñas y finas gotas al principio pero pronto comenzó a llover como pocas veces habían visto. Vientos furiosos llevaban el agua de aquí para allá, encharcando la hierba y haciendo estremecerse a los árboles. Cáxtor cayó de rodillas respirando a duras penas, en un estado de semiinconsciencia, mientras el agua se evaporaba allí donde antes se había quemado. El chamán se quitó la máscara y la arrojó lejos, corriendo hacia el desfallecido joven; Su larga melena rojiza y sus ropas pronto quedaron empapadas y pegadas a la piel con la lluvia.

-¡Los dioses están contigo! ¡Cáxtor, esto es un milagro!

El joven sentía como si le arañasen con miles de cuchillos en el pecho. El fuego sólo le había quemado la parte ungida, formando una rojiza y negra franja de la barbilla al abdomen y de los hombros al esternón. Sangraba y supuraba al mismo tiempo y le hacía sentir el dolor más extremo. Con escasas fuerzas, agarró del brazo al chamán y le susurró:

-Dame… Mi caballo.

-¡Estás loco! No puedes marchar así, date tiempo para curar esas heridas.

-No…-insistió jadeando- Vendaré las quemaduras, tráeme a Racko.

EL chamán suspiró con decepción y dio una orden a una bella muchacha que le acompañaba. Ella obedeció con la cabeza y se perdió en el bosque. Minutos después volvió con las riendas de un precioso bayo, que parecía tener luz propia en la oscura y torrencial noche.

Estuvieron alrededor de una hora limpiando su larga quemadura con extraños y reconfortantes bálsamos mientras otros equipaban a Racko para un largo viaje. Le vendaron con vastas sedas y hojas curativas, pero aún así la herida sangraba demasiado y Cáxtor insistía en partir de inmediato. Le colocaron arco y carcaj a la espalda y le ayudaron a subir al semental.

El chamán se acercó y se decidió a pronunciar sus últimas palabras, acariciando las empapadas crines de Racko.

-Deberías quedarte…-le dio un aparatoso abrazo al joven desde el suelo y dejó correr las lágrimas- Pero sé que no lo harás. Ten cuidado, el bosque está contigo, pero no te lo pondrá fácil.

-Gracias, padre.

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