domingo, 25 de octubre de 2009

Capítulo 1: Quintaesencia.

Brincando con una pierna y colocándose la fina sandalia de esparto en la contraria, recorrió el zoco a gran velocidad. Los pliegues de su túnica, del blanco propio de los estudiantes, producían un sonido sordo al rozar con sus piernas, empapadas en sudor.

La inmensa plaza rebosaba vida, con el aroma del azahar y de frutas lejanas, con excéntricos vendedores con acentos muy marcados, con magníficos espejos cortados de impresionantes formas y reflejando miles de colores, espléndidas tallas de madera y mármol…Las calles estaban abarrotadas y la gente salía a ellas hasta que anochecía.

Al día siguiente se casaría la cuarta mujer del rey.

Los toldos ofrecían un respiro a su acalorada carrera, ocultando al ardiente astro tras telas de vivos colores verdes y rojos, pero el polvo del suelo y la muchedumbre volvían a convertir la calle en un horno.

Dejando atrás la plaza, se adentró en un estrecho callejón, donde se mezclaban los olores de los fogones y las tinajas de vino. Un gato descendió de un tejado y erizó su albino pelaje para luego seguir con sus personales y secretas fechorías.

Frenó frente a un alto edificio circular, resopló varias veces y dio unos suaves golpes a la quejumbrosa puerta de madera.


-¡Llegas tarde Mashir!

-Perdone maestro-respiró el aludido jadeando.


Con las manos en las rodillas, el joven Mashir daba bocanadas de aire, acusando un leve e intermitente pinchazo en el costado. Se pasó una mano por la frente y retiró el sudor que perlaba sus poros. Tras la carrera, su pelo castaño se había convertido en un conjunto de mechones revueltos y mojados. Pestañeó un par de veces y sus ojos verdes dejaron de escocerle tanto.


-Tendrás que pasar algún día-bromeó su maestro-Cierra la puerta, tengo que enseñarte algo.


Mashir obedeció y empujó las tres tablas que hacían de puerta, con las chirriantes bisagras sujetas a la escayola de la casa.

Su maestro, Lamübh, movía frascos llenos de una mesa a otra, tropezando con folios llenos de bocetos y apuntes matemáticos.

Su túnica, gris con faja rja como indicaba el oficio, ceñía la redondez de su barriga, mientras que el turbante, gris con un par de cadenas de bronce, ocultaba una cabeza grande y encanecida.


-Hoy es un día grande chico-Anunció dando tumbos-Si esto funciona… ¡Alabado sea el Astro!


Hizo una plegaria formando un círculo con las manos y se acarició los diminutos aretes de la barba.

En la grandiosa ciudad costera de Abdishalar, capital del reino de Abdhiss III, era costumbre dejarse crecer una perilla y trenzarla primero para colocar un anillo de plata después, demostrando el paso de la adolescencia a la madurez.

Sin embargo, cabía la posibilidad de agenciarse más anillos, mostrando a la ciudad tu poder y prestigio.

El viejo Lamübh tenía en su haber tres anillos. Uno el de plata, que oscilaba bajo el centro de su mentón, y otros dos a los lados, de oro y rubiralda, en unas trenzas de pelo rizado más cortas. El magnífico Lamübh, excelente científico e inigualable intérprete de los astros, había hecho por el reino algo más que ofrecer sus humildes servicios.

Uno de los anillos le fue entregado por el mismo Abdhiss en persona por predecir el summun de la batalla de Lagoperla, con su consecuente victoria sobre los alebhíes hace veinte años. El otro, por sus observaciones sobre el efecto de la diosa Luna sobre las aguas saladas.

La brisa marina entraba por la ventana y mecía los papeles con suavidad, como la mano de una mujer acariciando a su bebé. La nuca de Mashir agradeció la corriente de aire, enfirándole el sudor que bajaba hacia su espalda.


-Creeme Mashir, el mundo ya no será lo mismo…


El joven sintió esta vez un leve escalofrío, como si esas palabras tuviesen de verdad todo el peso que le otorgaba su maestro, como si estuviese a punto de presenciar algo que le quedaba demasiado grande, tal vez titánico.


-¿Pero qué es lo que ocurre?

-Ahora lo verás, ahora subamos al estudio.


El tutor ascendió por una escalera de caracol e instó a su pupilo a que le siguiera.

Aquél edificio, siendo la segunda torre más alta de la ciudad, hacía las veces de observatorio y de estudio, capaz de abarcar toda la bóveda celeste en una noche despejada. La torre más alta, imponente sobre el amarradero, era el faro.

Ascendiendo por las escaleras de acacia rugosa llegaron a una buhardilla con cuatro balcones que bañaban con luz matinal el techo abovedado. Mashir sintió de nuevo el calor al subir a aquella estancia de aire cargado. Allí también había papeles por doquier, así como varias estanterías repletas de antiguos y deteriorados tomos.


-Haz los honores, retira esa lona-ordenó Lamübh señalando un bulto tapado con una tela amarillenta, mientras cogía una tiza y empezaba a dibujar formas geométricas en el suelo.

El aprendiz obedeció y se acercó hacia el misterioso paquete.

-¿Maestro, dónde dejo esto?-dijo apartando un complejo astrolabio de marfil que reposaba sobre la lona.

Lamübh se levantó con un chasquido de espalda y le señalo una pequeña mesa que había a su lado.


La tela olía a desgastado y al retirarla, miles de motas de polvo danzaron a la luz del Sol.

Ante él descansaban varios aros metálicos de distintos diámetros. Alzó uno de ellos con gran esfuerzo y lo contempló durante unos segundos. Eran más grandes que su cabeza, de un metal brillante, casi resplandeciente y cada uno tenía distintos y bellos relieves en oro.


-Ahora coge todos y tráelos aquí-le ordenó pasando la tiza por las tablas del suelo, con una circunferencia perfecta.


Mashir comenzó a arrastrarlos con dificultad hasta el centro de la habitación; parecían ligeros dada su delgadez, pero en realidad pesaban como un chico de ocho años cada uno. Con cuidado, siguió las instrucciones de su maestro y colocó los aros concéntricos, uno dentro de otro. Lamübh, gastando el último trozo de tiza, escribió una larga frase alrededor de ellos.


-Maestro… ¡Eso es…!-Mashir abrió los ojos como platos y sintió de nuevo un escalofrío. No podía creer lo que estaba viendo, no podía ser, su propio maestro, al que idolatraba y admiraba…-¡Eso son Palabras Prohibidas!

-No mi querido alumno-dijo el anciano con una macabra sonrisa-las escrituras están equivocadas… ¡El mundo está equivocado! Si no, observa.


Se acercó a una de las desvencijadas estanterías y cogió un viejo libro de tapas parduzcas. Sopló el polvo y recitó un pasaje.


-Y el Señor Astro dejó caer su esencia sobre la arena, volviéndola tan ardiente y radiante cómo él. Y su Hermana Luna dejó caer su danza sobre las aguas, volviéndolas dóciles y pálidas, aunque también furiosas y oscuras-Lamübh hizo una pausa y pasó a la siguiente página-Y así perdurará su presencia sobre nosotros, guiándonos hasta el día de la Unión.

-¿Y qué ocurre con eso?-dijo Mashir todavía preocupado. Había oído aquella historia cuando era pequeño, una explicación de la creación del mundo, un dogma de fe-Si alguien se entera de que has usado Palabras Prohibidas, estarás en peligro.

-¿Y si te dijera que la Unión es algo más?-el maestro dejó la pregunta en el aire a propósito, para que su pupilo asimilara esas palabras y se quedase con ganas de saber mas-Hay que diferenciar siempre entre las palabras de los Astros y lo que está a nuestro alcance, entre las cosas que no comprendemos y las que podemos asir con nuestras propias manos. Lo que te estoy diciendo es cierto y te lo voy a demostrar ahora mismo. La esencia del Señor Astro existe, al igual que la danza de su hermana… ¡Oh sí, claro que existen! Y cuando la fuerza de dos dioses se une, la combinación puede ser demencial.


Mashir no entendía nada, dejaba que las palabras del anciano saliesen como un torrente sin dar crédito de ellas. Tenía la sensación de que iba a presenciar algo sacrílego, que iba a traicionar las bases de algo superior, de algo inamovible. De repente la habitación pareció cargarse de electricidad, de una energía intrusa que te erizaba el vello.


-El otro día ocurrió al fin-prosiguió Lamübh- Estaba yo aquí mismo, observando el cielo cuando lo vi claramente. Algo cayó del cielo, algo grande y deslumbrante. No era una lágrima de luna, esto no se desapareció en el cielo como hacen las lágrimas de luna, sino que impactó contra la arena fuera de la ciudad, iluminando una enorme duna. Yo corrí hasta donde había aterrizado. La duna estaba más caliente que las calderas de palacio, cada grano ardía como si fuese a estallar. Y aquella piedra del cielo…Al estar cerca de ella parecía ser de día, con una luz tan pura que no se la podía mirar directamente. Sí…La Unión está a nuestro alcance y yo ya tengo la esencia del Astro.


Entonces el maestro tomó un respiro y se acercó a la estantería más lejana para coger una pequeña caja lacada con incrustaciones de ónice.


-Nuestras creencias están corrompidas, las escrituras originales se perdieron hace siglos, pero los primeros hombres las conocían. Mañana, en la boda de Abdhiss, le mostraré mi hallazgo y nuestra civilización entrará en una nueva etapa.


Sonó un click cuando abrió la cajita y un destello cegó a Mashir. Ahí estaba, lo que le acababa de explicar su preceptor, una pequeña del tamaño de un puño, tan blanca y resplandeciente que hacía llorar los ojos al aguantar la mirada.

Lamübh la colocó con extrema delicadeza dentro de los círculos y los aros metálicos vibraron atrapándola en su interior. Entonces cogió una cántara a rebosar de agua y se dispuso a verterla sobre la piedra. Mashir retrocedió instintivamente y se mordió nerviosamente el labio inferior.

El agua cayó y tocó la piedra extraterrenal. Lamübh salió rápidamente de los círculos de tiza y contempló el espectáculo con una exagerada sonrisa.

Los aros comenzaros a tintinear escandalosamente y, con una impresionante precisión, se alzaron en el aire junto con la piedra. Todo ello comenzó a girar, cada vez más rápido, cada vez más luminoso. Los aros, cada uno más pequeño que el anterior, giraban en distintas órbitas pero con un inexplicable orden, provocando un ensordecedor ruido similar al viento.


-¡Lo hemos conseguido!-gritó el maestro mirando a Mashir con tremenda alegría. Su pupilo estaba pálido y no se había dado cuenta, pero estaba llorando-¡Energía inagotable a nuestro alcance!


Entonces, ahogadas por el ruido de los aros rotando, dos flechas entraron por uno de los balcones, totalmente mudas, ennegrecidas con algún tipo de sustancia en sus extremos, y dieron en su blanco. Una atravesó el cuello de Lamübh limpiamente, la otra atravesó una costilla y se clavó en su corazón.

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