Silvhia, una joven muchacha con aires altivos, caminaba por el largo puente que conducía hasta el Senado. Su pelo, negro carbón, se mecía suavemente con la brisa marina a la altura del pecho. Se había quitado los pendientes e iba descalza. Con poco ánimo de asistir a la reunión, dejó de lado las apariencias para acogerse a la comodidad. Un chaleco y un pantalón de cuero de tiburón, oprimiendo sus pechos una seda blanca, dada tres vueltas, y adornando sus antebrazos unos aretes de espinas de pez globo.
En sus últimas piezas, el puente se fundió con una arena uniforme, erosionada por el continuo movimiento del mar, a apenas tres metros por debajo.
La superficie de Alebh, semejante a un titánico pozo que protegía a los ciudadanos de fuertes tempestades con sus ladrillos, alcanzaba allí su parte más alta, formando una suave y pequeña meseta. Según las costumbres, no podía haber otro sitio para levantar el Senado, en el punto más elevado de la ciudad y orientado al oeste.
Un círculo de impolutas y blancas columnas servían de adorno rodeando la elevación, dando la bienvenida con un arco de medio punto hacia una entrada subterránea.
Y era ahí donde se podía respirar el esfuerzo y genialidad de esta ciudad. Finalizada a los diez años de elegir Alebhliu su Consejo, el Senado era una tortuosa maravilla, una construcción propia de un titán. Se comenzó con la loca idea de vaciar la montaña, horadando su interior, creando unas escaleras simplemente picando la roca. Hay que decir que comenzó siendo una mina de coral perlado, pero al agotarse se reformó y se convirtió tanto en lugar de reunión como de refugio; cuando el mar embravecía hasta el punto de hacer estremecer la muralla natural de la ciudad, todo el pueblo se resguardaba dentro de la espaciosa caverna.
Silvhia descendía ya las empinadas escaleras cuando las voces de una discusión resonaron en su interior. La luz solar dio paso a la de unas antorchas, que fluctuaban en la pared reflejándose sobre las rezumantes paredes y dando a la caverna un toque arcaico y solemne.
Dentro, la estancia se convertía en una gigantesca sala circular, con finas columnas pulidas en la piedra que soportaban el peso de una amplia cúpula nervada. En su centro, a modo de círculo concéntrico que imitaba a la cúpula en el suelo, ondulaba un estanque de agua cristalina y a su alrededor diez asientos, de coral blanco, austeros, estilizados, pero cómodos.
-Perdón por el retraso- se disculpó ante los asistentes tomando asiento.
-No te preocupes, aún falta gente-dijo un hombre anciano sentado a su lado.
En efecto, quedaban todavía tres asientos desocupados. Silvhia lanzó una rápida mirada a los presentes y bajó la cabeza apesadumbrada; realmente no sabía qué hacía allí.
Su reflejo en el estanque le devolvía la mirada, tranquilamente estática, como si su imagen líquida no tuviese ningún tipo de preocupación.
Se pasó las manos por las sienes con curiosidad, como si nunca se hubiese visto en un espejo. Su piel era pálida como la tiza, pero a la altura de los ojos, como si de tinte se tratase, se tornaba en un azul turquí, formando una banda horizontal desde los párpados inferiores hasta los superiores. Ahora era símbolo de gran belleza, contrastando con las oscuras pestañas y el blanco de los ojos; cuanto más continua y perfecta fuese la línea, mejor.
Sin embargo fijándose en el anciano que se sentaba a su izquierda, era evidente que no siempre había sido así. Sí tenía la piel azul a la altura de los ojos, pero mucho más discreta y en forma de pequeñas motas. Además su piel era más tostada y menos frágil.
-¿Pasa algo Silvhia?- la preguntó al descubrir que le observaban.
-No, nada…- mintió ella.
-te conozco desde que eras así de pequeña-dijo elevando la mano a un palmo del suelo- Sé que es duro, pero hay que seguir adelante.
-Lo sé… Gracias Marduk.
En efecto, el viejo Marduk la conocía desde que era pequeña. De hecho, hasta conoció a su padre cuando tenía diez años. Era el hombre más anciano de Alebh, con ciento veinte años a su espalda, y su experiencia siempre era muy valorada en el Senado.
Su piel oscurecida, si embargo, no se había arrugado y mantenía su musculosa tirantez de antaño. Sus ojos, blanquecinos por culpa de las cataratas, veían ya poco y las aletas de su gran nariz se movían a intervalos pausados. Llevaba una holgada túnica azulada y una pulsera de perlas negras en la muñeca izquierda. Su pelo parecía una cascada, dejando caer ondulados mechones blancos por la nuca, a juego con una más que poblada barba.
Pasaron algunos minutos hasta que entró un hombre curiosamente bajo, escoltado por dos fuertes guerreros. Caminó en silencio a lo largo de la sala y se sentó frente a Silvhia, al otro lado del estanque.
Ella le echaba unos cuarenta años, pero sin embargo era más pequeño que cualquiera de la sala. Era imberbe y llevaba el cabello rubio echado hacia atrás con algún tipo de aceite; en la oreja izquierda dos aros de rubiralda templada y en cada mano tres anillos con zafiros incrustados. Los soldados, con lorigas bañadas en plata y mitones de cuero se colocaron justo al asiento de su señor y apoyaron su cuerpo sobre las lanzas que portaban.
-¿Quién es?-preguntó Silvhia al anciano con un susurro inaudible.
-Balor Bayona, un pequeño cabroncete que tuvo suerte después de la guerra.-Marduk meneó la cabeza y continuó- Un hombre con una prepotencia mayor a su altura pero que sin embargo tiene tanto miedo como para venir protegido a la reunión.
Finalmente, tras otro largo silencio, volvieron a oirse pisadas en la roca. Primero apareció una mujer alta, extremadamente delgada, con la cara alargada y huesuda. Llevaba una blusa vaporosa sin mangas que dejaba transparentar sus pequeños pechos y una falda negra que llegaba hasta los tobillos, con lentejuelas que tintineaban al caminar. Nada parecía cuadrar en ella. Su larga melena negra caía como hilos hasta el vientre y su marca azul en los ojos era deformada y ondulada en las sienes. Cuando se sentó, a Silvhia le vino a la mente una imagen de un fantasma desnutrido.
-Marylith Blake, está aquí porque su padre no puede levantarse de la cama. Los chiquillos comentan que un día el viento la trajo hasta aquí- le informó Marduk mientras Silvhia le reía la broma.
Detrás de Marylith llegó un joven apuesto de ojos azules. Llevaba su pelo oscuro recogido con una coleta y una fina diadema alrededor de la frente. La luz de las antorchas se reflejó en las cadenas de oro que adornaban su túnica, con bordados de olas en los faldones.
-Hermana, creía que esto era una reunión importante-dijo ocupando su lugar con tranquilidad.
-Y yo creía que la ostentación nunca ha significado nada para nosotros, Ryhan-dijo Silvhia ofendida. Ya sabía que le vería en la reunión, pero aún así se crispó nada más verle- No han pasado ni diez días desde que enterramos a nuestro padre y tú ya te pones sus joyas.
-Bueno, bueno- intentó calmar Marduk las cosas- No hablemos de esas cosas ahora. Ahora que estamos todos podemos dar comienzo a la reunión. En primer lugar, el amarradero oeste necesita una reforma, la última tormenta hizo venir abajo todo un muro y murieron dos hombres.
-Mi padre se encargará de ellos-dijo la escuálida Marylith- Hay allí muchos barcos de su propiedad y le interesa mantener el comercio sin complicaciones.
Su voz le resultó a Silvhia algo desagradable, aún sin saber por qué. Era grave, pero la transformaba en un silbido al hablar tan bajo.
-Bien, pescadores y marineros lo agradecerán.
Un hombre, calvo y con la barba teñida de un azul oscuro, levantó la mano y pidió turno para hablar.
-Mis calles necesitan protección, esta semana han asaltado cinco comercios.
-Si son tus calles…Son tu problema-comentó con indiferencia una mujer rubia con aspecto de niña.
-Serían mis problemas si se tratasen de vulgares ladrones de mi barrio, pero la gente habla de una pequeña banda organizada…
-Si al menos no tuvieses tantas prostitutas en las calles…-atacó Marylith con un viperino susurro.
Silvhia suspiró y se dejó resbalar ligeramente en el asiento. Los demás empezaron a lanzarse pullas y el ambiente se tornó tenso y violento. Buscó la mirada de Marduk pero sólo mecía la cabeza en gesto de decepción. Su hermano, al otro lado, sonreía con los brazos cruzados.
Desde el momento en el que la llamaron para asistir a la reunión sabía que ocurriría esto; Alebh ya no era la misma. Era su obligación, su padre había muerto y debía ocupar su lugar en el Senado, pero aún así lo detestaba, sentía que allí no pintaba nada. Él siempre decía “lo peor que puede haber es un pueblo enfrentado” e intentó remediarlo hasta la muerte, por lo visto, sin conseguirlo.
-¡Como si tu no visitases prostíbulos!-gritó el hombre de la barba azul-Todo el mundo sabe que te acuestas con mujeres.
-¡Señores por favor!-gritó Marduk con su voz cascada y un arranque de tos.
Aún con la reprimenda, el daño estaba hecho y Marylith se esfumó grandes zancadas totalmente ofendida. Surgió un silencio incómodo y Ryhan soltó un soplido burlón.
-No podemos seguir así- dijo Silvhia sorprendiendo a todos. Siempre había presumido de tener coraje, pero la adolescencia convirtió esa virtud en algo mucho más pequeño, acobardada ante las duras palabras de los adultos. Ahora se sentía cohibida y el corazón le latía desbocado-Alebh se hunde y vosotros comportándoos como niños.
-¡Habló!- bufó de nuevo el hombre de la barba azul- ¿Qué edad tienes tú, diecinueve?
-Exactamente-contestó ella con una disimulada tranquilidad- Y parece que son los suficientes para no andar por ahí insultando a gente.
Marduk observaba estupefacto, orgulloso. “Aubx, tendrías que estar aquí ahora mismo para ver a tu hija, ha heredado tu temperamento bajo ese frágil y bello cuerpo” pensó mientras ella hablaba.
-¿No os dais cuenta? ¿Quién decidió tomar el camino del vasallaje después de la guerra? Balor, no entiendo por qué ves necesario traer escolta a una reunión pacífica. Ni siquiera yo merezco estar aquí, estoy dentro del Consejo sólo porque mi padre también lo era, y no por votación como se hacía antes. Ahora veo a Alebh dividida en dos grupos: los que se mueren de hambre y los que se llenan la barriga.
-Las cosas no son así, hermana-intervino Ryhan- Tras la guerra todos quedaron indefensos, era momento de que Alebh fuese gobernada por gente con poder que le guiase.
-¿Y les guiamos ahora?
El curdo silencio dio la respuesta.
-¿Y qué propones entonces?-preguntó Balor con gesto desafiante.
-…No lo sé.
Marduk dejó caer otro suspiro de decepción y los demás parecieron relajarse, viendo que sus puestos de aristócratas permanecían vigentes.
-¿Ves hermanita?-dijo Ryhan chascando la lengua- Estas cosas no suelen ser fáciles.
¿Cuándo había cambiado tanto su hermano? ¿Desde cuando era tan arrogante? Silvhia se sintió furiosa y traicionada. Todos los que la rodeaban se habían acomodado demasiado a esas sillas y ella sólo se había quejado sin dar solución alguna. El viejo Marduk la observaba con cautela, deseando que se calmase. ¡En verdad se había encariñado con aquella chica! Y más ahora que se sentía en la obligación de cuidarla. Aubx le solía decir que el Senado estaba podrido, que nadie buscaba el bien de la ciudad. Ahora se daba verdadera cuenta de la importancia de esas palabras, de cómo habían atacado la inocencia de Silvhia hasta devorarla y hacerla callar.
-Silvhia, hazme un favor y ve a buscar a Marylith-la dijo fulminando con la mirada al hombre de la barba azul- Absalon quiere disculparse con ella.
Ella obedeció, aún sabiendo que era una excusa para que saliese fuera y se relajase. Además el fuego de las antorchas la estaba mareando. Se levantó con pereza y todos la siguieron con la mirada mientras subía los escalones. Entonces Ryhan se levantó y sacudió los hombros.
-Bien, ahora podemos hablar en serio, creo que es el momento de atacar Abdisthar.
Tu hija inocente y tu hijo idiota, pensó Marduk sin dar crédito a lo que oía.
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